viernes, 23 de diciembre de 2011

Media vida en 25 canciones (16)

YESTERDAY

Cuando era mucho más joven me movía en círculos donde era obligatorio decantarse entre Los Beatles y Los Rolling Stones. De la misma manera que, en la España de hoy, el entorno exige al ciudadano que pertenezca ─como si fuésemos reses─ a uno de esos dos ranchos en cuya entrada cuelgan letreros alternativos con siglas políticas a cara o cruz. En aquel tiempo yo elegí simpatizar musicalmente con la banda de Mick Jagger y Keith Richard. Supongo que, como todo adolescente respetuoso con las reglas del juego y con cierta fama de buen chico no sé si merecida del todo, sentía una cierta admiración por esa clase de gente que recorre el territorio del arte haciendo equilibrios inestables por los oscuros callejones de la vida. Ahora veo que fue una mala elección, igual que lo hubiera sido la contraria: es decir, apuntarme a la mayoría aplastante que formaban los fans del cuarteto de Liverpool. Lo inteligente, sin duda, hubiera consistido en quedarse entonces y siemprecon lo mejor de ambos grupos que era y es muchísimo.

Yesterday(en español, Ayer) es una canción grabada en 1965 por The Beatles para su álbum Help! La autoría está oficialmente atribuida a John Lennon y Paul McCartney, conjuntamente, pero parece ser que fue éste último el que compuso la canción sin ayuda de nadie. Se trata de una balada melancólica, cuya versión original sonaba en la voz exclusiva de Paul, acompañado por un cuarteto de cuerdas.
Yesterday
marcaría un “antes y después” respecto a los trabajos anteriores del grupo. Hace pocos años, el verdadero autor de Yesterday intentó en vano que Yoko Ono diera su autorización para invertir los créditos de la composición, de tal manera que él figurara primero y se leyera "McCartney/Lennon". La japonesa de granito se negó y la falsa leyenda continúa; prolongando esa monserga de que John Lennon era el mejor de los cuatro.

Se cuenta que Paul compuso Yesterday en sueños y que, tras despertarse, se sentó al piano para tocarla entera y de seguido. Al estilo Mozart; sin el menor esfuerzo. Asustado de esa facilidad, él mismo pensó que podría tratarse de una melodía ajena ya creada que conservaba en la memoria sin saberlo y durante un mes estuvo consultando con gente del negocio de la música, preguntándoles si les sonaba esa melodía.
-“Tenía la impresión de que me había encontrado con un tesoro extraviado por alguien y que debía ir a la oficina de objetos perdidos” ─ dicen que dijo Paul Mc Cartney, a pesar de que no la había copiado a nadie.

Hay quien dice que se trata de la canción interpretada más veces en todo el siglo XX; siete millones de veces, exactamente. Aun así, tiene sus detractores. El propio Bob Dylan la tachó de “mundana y empalagosa”
demostrando que sabe decir necedades como el que más, aunque luego grabara su propia versión de Yesterday, que

nunca llegó a publicarse.


YESTERDAY


YESTERDAY,
ALL MY TROUBLES SEEMED SO FAR AWAY
NOW IT LOOK AS THOUGH THEY´RE HERE TO STAY
OH, I BELIEVE IN YESTERDAY

SUDDENLY,
I´M NOT HALF THE MAN I USED TO BE
THERE´S A SHADOW HANGING OVER ME
OH, YESTERDAY CAME SUDDENLY

WHY SHE HAD TO GO I DON´T KNOW, SHE WOULDN´T SAY
I SAID SOMETHING WRONG, NOW I LONG FOR YESTERDAY

YESTERDAY,
LOVE WAS SUCH AN EASY GAME TO PLAY
NOW I NEED A PLACE TO HIDE AWAY
OH, I BELIEVE IN YESTERDAY

WHY SHE HAD TO GO I DON´T KNOW, SHE WOULDN´T SAY
I SAID SOMETHING WRONG, NOW I LONG FOR YESTERDAY

YESTERDAY,
LOVE WAS SUCH AN EASY GAME TO PLAY
NOW I NEED A PLACE TO HIDE AWAY
OH, I BELIEVE IN YESTERDAY,




AYER

AYER
TODOS MIS PROBLEMAS PARECÍAN TAN LEJANOS
AHORA PARECE COMO SI ESTUVIERAN AQUÍ PARA SIEMPRE
OH, CREO EN EL AYER

DE REPENTE
NO SOY NI LA MITAD DEL HOMBRE QUE ERA ANTES
HAY UNA SOMBRA QUE SE CIERNE SOBRE MÍ
OH, DE PRONTO LLEGÓ EL AYER

¿POR QUÉ TUVO QUE IRSE ELLA?, NO LO SÉ
NO ME LO QUISO DECIR
YO DIJE ALGO QUE NO DEBÍA
AHORA ANHELO EL AYER

AYER
EL AMOR ERA COMO UN JUEGO FÁCIL
AHORA NECESITO UN LUGAR DONDE ESCONDERME
OH, CREO EN EL AYER

¿POR QUÉ TUVO QUE IRSE ELLA?, NO LO SÉ
NO ME LO QUISO DECIR
YO DIJE ALGO QUE NO DEBÍA
AHORA ANHELO EL AYER

AYER
EL AMOR ERA COMO UN JUEGO FÁCIL
AHORA NECESITO UN LUGAR DONDE ESCONDERME
OH, CREO EN EL AYER


Estudios Abbey Road (Londres) donde se se grabó la canción Yesterday


De Yesterday han hecho versiones hasta los grillos. Excepcionales son la de Frank Sinatra como siempre; la de Marianne Faithfull y una más moderna de Leona Lewis. Pasable y pasada de rosca con la cantidad de almíbar fue la de los “Beatles españoles”, aquellos Mustang de antaño. También he escuchado muchas veces una magnífica versión instrumental interpretada por la Orquesta Sinfónica de Londres.

Claro que mi versión favorita es otra que
a mi juicio está muy por encima de todas las demás, incluida la de los propios Beatles. Me refiero al magistral, desgarrado y melancólico Yesterday que grabó Ray Charles ayudado de un piano y con esa voz suya de navaja de afeitar recién afilada. Y que si te pilla a solas y en horas bajas inevitablemente acaba rasurándote en seco las barbas del alma.


Sergio Coello

sábado, 19 de noviembre de 2011

Media vida en 25 canciones (15)

Blowin' in the wind


Blowin' in the wind (literalmente en español, Soplando en el viento) es una de las canciones más populares de toda esa pléyade de obras maestras musicales que incluye la discografía de Bob Dylan. Hasta el punto de que se convirtió en un clásico de la música norteamericana de la época ─los agitados años sesenta─ por su condición de síntoma de una sociedad marcada por la guerra de Vietnam. También acabó siendo una especie de sobrevenido himno universal para una generación ─la nuestra─, más o menos veinteañera durante aquella década. La canción estaba incluida en el álbum The Freewheelin' Bob Dylan, editado en 1963, y representa el arquetipo de lo que se llamaría “canción protesta”, una denominación demasiado simplista para un fenómeno complejo.

Blowin' in the wind ha resultado ser quizá la más emblemática de todas aquellas canciones “comprometidas” porque, sin ser sectaria, contiene todas esas preguntas sobre la paz, la guerra y la libertad que los seres pensantes se han planteado alguna vez en la vida. Que no haga referencia a ningún hecho concreto ─y ésta es una modesta opinión personal─ no le añade a la letra ambigüedad sino grandeza.
Bob Dylan nació con el nombre de Robert Allen Zimmerman el 24 de mayo de 1941 en Duluth, Minnesota, donde su padre trabajaba para una compañía petrolera. En 1947 la familia se trasladó a un pequeño pueblo y allí fue donde el joven Dylan comenzó a leer poemas y a interesarse por la música, aprendiendo a tocar el piano y la guitarra. En 1959 se matriculó en la universidad de Minnesota y ese traslado a la gran ciudad ─Minneápolis─ le abrió nuevas posibilidades, permitiéndole conocer un amplio espectro de estilos musicales, desde el “country” hasta el “rock”. Abandonó los estudios sin terminar la carrera universitaria y empezó otra como cantante solista ─con esa inconfundible voz heterodoxa que le ha caracterizado siempre─, tocando en locales nocturnos con el acompañamiento de su guitarra y su armónica. Fue en esa época cuando decidió adoptar el nombre artístico de Bob Dylan, en homenaje al poeta Dylan Thomas.

Ya en Nueva York, conoció a varios músicos legendarios del folk ─especialmente, a Woody Guthrie, al que dedicaría su canción Song to Woody─y un ejecutivo de la discográfica Columbia le ofreció un contrato para grabar su primer disco que pasó sin pena ni gloria. Sin embargo, en 1963 publicaba su segundo álbum, The Free Wheelin' Bob Dylan y ese trabajo contenía dos símbolos expresivos de aquella Norteamérica: me refiero a las canciones Blowin' in the wind y A hard rain's a-gonna fall (Caerá un aguacero) Su tercer disco, The times they are a changin (Los tiempos están cambiando) siguió el camino de las anteriores y la música de Dylan empezaba ya a convertirse en la banda sonora de los movimientos comprometidos con los derechos civiles en el mundo entero.

A comienzos de 1965 grabó un nuevo álbum, "Bringing it all back home", mitad eléctrico y mitad acústico ─primer aviso de que Dylan es alérgico al encasillamiento─ y, tras romper su relación sentimental con la cantante Joan Báez, publicó otro,"Highway 61 revisited", que contenía el tema "Like a rolling stone", una de las canciones que mayor influencia han ejercido en la música joven del último tercio del siglo XX. A este disco le siguió "Blonde on blonde", grabado en Nashville a comienzos de 1966, que hizo de Dylan el artista más importante de su generación. Su imparable carrera queda interrumpida cuando un accidente de moto le obligo a permanecer una larga temporada en casa. Después de recuperarse, publicó "John Wesley Harding", un disco que ha sido considerado el contrapunto de toda su música anterior, además de suponerle el reconocimiento universal como uno de los grandes poetas de la canción. Dylan también participó en el rodaje de la película Pat Garret and Billy the Kid, dirigida por Sam Peckinpah y protagonizada por uno de los grandes amigos de Dylan, Kris Kristofferson. No fue un gran éxito en su estreno, pero la banda sonora ─del propio Dylan, que también interpretaba un papel secundario─ se popularizó inmediatamente.

Cuando el cantante pasó de la música acústica al folk-rock, la fusión de estilos ─experiencia polémica, como todas en las que cualquier verdadero artista escapa de la cárcel estilística en la que le quiere encerrar su público─ surgió su mayor logro: la síntesis cultural que había ejemplificado antes aquella trilogía de álbumes de mediados de los sesenta llamados Bringing It All Back Home, Highway, Revisited y Blonde on Blonde.

La sofisticación verbal de las letras de Dylan llamó muy pronto la atención de los críticos literarios, que encontraron en sus versos influencias de autores como Elliot, Keats y Alfred Tennyson. No es extraño, pues, que haya sido propuesto varias veces como candidato al Premio Nóbel de Literatura. En 2006 aparecía su álbum Modern Times ─ese C.D. ha sido uno de los mejores “regalos de Reyes” que me ha hecho mis hijos, dicho sea de paso─ y la publicación del mismo fue aclamada por la crítica musical. La pléyade de recursos alternativos y de material inédito en este trabajo prueba la asombrosa vitalidad de Dylan que, ya sobrepasados sus sesenta años, volvía a demostrar una evidente determinación de repetirse lo menos posible a sí mismo en los estudios de grabación. El cantautor norteamericano obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 2007. “Es un mito viviente y el faro de la generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo", afirmó el jurado en el Teatro Campoamor de Oviedo, durante la entrega de premios.



Blowin' in the wind

How many roads must a man walk down

Before you call him a man?
Yes, 'n' how many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, 'n' how many times must the cannon balls fly
Before they're forever banned?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many times must a man look up
Before he can see the sky?
Yes, 'n' how many ears must one man have
Before he can hear people cry?
Yes, 'n' how many deaths will it take till he knows
That too many people have died?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.

How many years can a mountain exist
Before it's washed to the sea?
Yes, 'n' how many years can some people exist
Before they're allowed to be free?
Yes, 'n' how many times can a man turn his head,
Pretending he just doesn't see?
The answer, my friend, is blowin' in the wind,
The answer is blowin' in the wind.



Soplando en el viento

¿Cuántos caminos debe un hombre caminar,
antes de que le llamen hombre?
¿Cuántos mares debe una paloma navegar,
antes de que se duerma en la arena?
¿Cuánto tiempo deben las bolas de cañón volar,
antes de estar prohibidas para siempre?

La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento
la respuesta está soplando en el viento.
¿Cuántos años debe una montaña existir,
antes de que sea bañada por el mar?
¿Cuántos años pueden algunas personas existir,
antes de que sean libres?
¿Cuántas veces puede un hombre girar su cabeza,
y fingir que no te ha visto?
La respuesta, amigo mio, está en el viento
la respuesta está en el viento.

¿Cuántas veces debe un hombre mejorar,
antes de que pueda ver el cielo?
¿Cuántos años debe un hombre tener,
antes de que pueda escuchar a la gente llorar?
¿Cuántas muertes cometerá hasta que sepa
que mucha gente ha muerto?

La respuesta, amigo mio, está en el viento
la respuesta está soplando en el viento.



De Blowin’ in the wind hay tantas versiones como a ustedes se les ocurran. En estilo folk tradicional (Peter, Paul and Mary, Joan Báez, Johnny Cash y Dolly Parton); en estilo “libre” (The Hollies, Sam Cooke, Marlene Dietrich, Chet Atkins, Trini López y Stevie Wonder) y en estilo pop-rock (Elvis Presley, Cliff Richard y Bruce Springsteen). Y, sin duda, en cualquier otro que puedan imaginar, por surrealista que les parezca.

Blowin’ in the wind ─ya lo habrán advertido quienes hayan llegado leyendo hasta aquí─ no es mi canción dylaniana favorita, ni mucho menos. Prefiero cien veces antes Like a rolling stone, A hard rain's a-gonna fall y otra media docena más de cuantas almacena su inmensa cosecha. Pero tengo he de decir, porque así lo pienso, que este tipo ─del que se dice que lleva sangre judía en las venas─ quizá haya hecho la mejor música de la segunda mitad del siglo XX. Y aunque no fuera así, les aseguro que su obra como cantautor ha sido la que más ha influido en mi forma personal de concebir el arte (especialmente, música y literatura) por encima de muchas otras influencias.

Jamás olvidaré la noche del 26 de junio de 1984, cuando Bob Dylan cantó en directo por primera vez en España en el estadio del club de fútbol Rayo Vallecano. Llevaba a la banda de Carlos Santana como “teloneros” y uno tuvo la suerte de estar allí. El concierto acabó pasadas las tres de la madrugada y la aventura de regresar a Alcalá de Henares ─por la autovía de Barcelona A-2 en automóvil─ estuvo a juego con la talla de la actuación. El monumental atasco duró más de tres horas, de manera que después de una ducha, un afeitado y un cambio de indumentaria, sin la menor pérdida de tiempo, me planté en mi lugar de trabajo a la hora en punto de la mañana siguiente. No ha sido la primera ni la única vez que he trabajado sin dormir nada la noche anterior pero sí en la que me he sentido más despierto. En realidad, a esas alturas de mi vida odiaba ya la asistencia a conciertos masivos en estadios de fútbol o en plazas de toros, incluidos los de mis estrellas favoritas. Demasiados conciertos contra la dictadura, a lo largo de muchos años, me vacunaron contra esa epidemia típica de la “dichosa” transición. Sólo repetí, unos años después, con el bautizo español de “otro cantante por el que tengo “debilidad”, Bruce Springsteen en el estadio Vicente Calderón. Y únicamente porque The Boss es el único heredero de Bob Dylan en el que confío para que los que se dicen “hijos suyos” no arruinen el inconmensurable patrimonio paterno.


Sergio Coello

martes, 25 de octubre de 2011

Media vida en 25 canciones (14)

Pueblo blanco

Conozco a mucha gente que considera el Mediterráneo de Juan Manuel Serrat una de las mejores canciones de amor que se han dedicado a ese mar. Un mar que ha sido cuna de civilizaciones; espacio pacífico donde se dejaron la piel pueblos enteros comerciando en paz e intercambiando sabidurías y también líquido campo de batalla en el que se enfrentaron ejércitos en guerras que decían defender la fe o la hacienda propias de la codicia del contrario.

A mí también me gusta mucho Mediterráneo; entre otras cosas, porque su letra carece de esos ripios sueltos a los que es tan aficionado el cantante catalán, entre verso y verso, en no pocas de sus canciones. Pero uno es españolito de secano y por eso quiere rendir hoy su pequeño homenaje a otra canción distinta. Una canción que a fuerza de localismo y microcosmos me parece infinitamente más universal que ninguna otra serratiana. Estoy hablando de Pueblo blanco, una auténtica joya que ha pasado casi desapercibida como tantas veces ocurre y que habla con versos durísimos de las raíces de tantos de nosotros, nacidos en pequeños mundos dormidos por una modorra de siglos. Pueblo blanco habla con bastante dolor y una pizca de melancolía del paso del tiempo y también, por supuesto, de la desesperanza de los pueblos muertos; de esa vieja batalla de la supervivencia en reductos agonizantes donde lo único vivo es el natural deseo de escapar de la mazmorra a algún lugar distinto y libre de cadenas. A todo eso se refiere Pueblo blanco con su mirada, compasiva y cruel a la vez como los cuadros de Gutiérrez Solana─, sobre aquella España rural de nuestra infancia, cuando hasta el campo abierto era un callejón sin salida.


Pueblo blanco

Colgado de un barranco
duerme mi pueblo blanco
bajo un cielo que, a fuerza
de no ver nunca el mar,
se olvidó de volar.
Por sus callejas de polvo y piedra
por no pasar, ni pasó la guerra;
sólo el olvido...
camina lento bordeando la cañada
donde no crece una flor
ni trashuma un pastor.
El sacristán ha visto
hacerse viejo al cura.
el cura ha visto al cabo
y el cabo al sacristán.
Y mi pueblo después
vio morir a los tres...
Y me pregunto por qué nace la gente
si nacer o morir es indiferente.
De la siega a la siembra
se vive en la taberna.
las comadres murmuran
su historia en el umbral
de sus casas de cal.
Y las muchachas hacen bolillos
buscando, ocultas tras los visillos,
a ese hombre joven
que, noche a noche, forjaron en su mente;
fuerte pa' ser su señor.
tierno para el amor...
Ellas sueñan con él,
y él con irse muy lejos
de su pueblo. Y los viejos
sueñan morirse en paz,
y morir por morir,
quieren morirse al sol;
la boca abierta al calor, como lagartos

medio ocultos tras un sombrero de esparto.

Escapad gente tierna,
que esta tierra está enferma,
y no esperes de mañana
lo que no te dio ayer,
que no hay nada que hacer.
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo.
sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna;
tal vez mañana sonría la fortuna
y si te toca llorar
es mejor frente al mar.
Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas,
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
juro por lo que fui
que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.



La canción apareció en 1971 formando parte del álbum Mediterráneo, como otra hermana pequeña más de la canción “primogénita”. Curiosamente, ese mismo año se estrenó una obra maestra del cine norteamericano del último tercio del siglo XX; me refiero a la película La última sesión de cine, (The last picture show) del director Peter Bogdanovich. ¿A cuento de qué me pongo a mezclar aquí una película norteamericana ambientada en el profundo medio oeste de los años sesenta y rodada a destiempo en blanco y negro con esta canción que trata de la España irredenta de nuestra niñez? Pues viene a cuento del todo. La última sesión de cine, desarrollada en Anarene, una imaginaria y crepuscular localidad tejana cuyo único cine va a proyectar la última película antes de su cierre definitivo, el Pueblo blanco de Serrat, que en realidad es la villa aragonesa de Belchite donde nació su madre─ y la Porzuna manchega, donde yo nací y me crié, son la misma y eterna cosa. Todos los lugares del mundo en los que se tiene la sensación de vivir en un nicho amueblado son el mismo lugar; el mismo agujero donde resisten gentes idénticas que están cansadas de vivir en medio de un inmenso “nunca pasa nada”. Como he escrito tantas veces, el “perdedor profesional” únicamente sale guapo en los retratos de ficción. Y no siempre.

Únicamente el empeño humano de sobrevivir de escapar al tedio de un entorno paralizante es capaz de cruzar las fronteras, naturales o inventadas. Valga como ejemplo de que en todas partes cuecen habas, estos versos “canónicos” de uno de los más grandes poetas europeos, el griego Constantin Kavafis:

Dijiste: "Iré a otro lugar, iré a otro mar.
otro pueblo ha de hallarse mejor que éste.
todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
¿Hasta cuándo permanecerá mi espíritu en este marasmo?
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire,
oscuras ruinas de mi vida veo aquí.
Aquí, donde tantos años pasé, destruí y perdí.

Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
El pueblo te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a este pueblo.

Para otro lugar -no lo esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí,
en este rincón pequeño, también

la has destruido en toda la tierra.”

Por pequeña que sea la nostalgia del pueblo donde se ha nacido es imposible no emocionarse oyendo la canción Pueblo blanco. A mí me sigue poniendo la carne de gallina esa compasión seca y sin concesiones que transmite hacia todo habitat moribundo. Cuando la descubrí hace muchos años tuve la sensación de haber recibido un puñetazo en el estómago; un golpe al plexo solar de uno de aquellos boxeadores antiguos que subían a un ring sin technicolor para pintar sobre el lienzo de la lona bañado en sudor una obra de arte o una carnicería mezclando su sangre con la de púgil contrario. Supervivientes, ambos, de la misma batalla contra la oscuridad.

Pueblo blanco es certera como una flecha de luz clavada en el corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Causa espanto y ternura a la vez. Escuchándola, todo el que no lo sabe aprende muy bien qué significa exactamente eso de pasarse uno media vida viajando en un tren inmóvil, uno de aquellos transiberianos de tercera que fueron crucificados con remaches a una vía muerta.

Sergio Coello

viernes, 30 de septiembre de 2011

Media vida en 25 canciones (13)

Le métèque

Le métèque, el primer gran éxito de Georges Moustaki, no es únicamente una hermosa canción; también es una especie de autorretrato “sentimental”. Moustaki la compuso en 1968, cuando tenía 34 años y fue publicada un año después en un elepé con ese mismo nombre. También triunfó en España pero el éxito quedó reducido a los ambientes juveniles más inquietos, como recordarán muchos de los estudiantes de mi generación.

Georges Moustaki llamado al nacer, Giuseppe Mustacchi, ó Youssef Moustaki es hijo de padres griegos. Nació en la histórica Alejandría (Egipto), el 3 de mayo de 1934 y creció en un ambiente de mezcla de razas y lenguas. Su padre hablaba cinco idiomas y su madre seis, aunque él adoptó el francés como lengua propia, ya en su infancia, quizá por consejo familiar. Y es que en aquella época esa lengua gozaba de mayor prestigio cultural que las demás. Su familia procedía de Corfú, la mítica isla griega a la que Poseidón, el dios del mar enamorado de Córcira, llevó a su amada después de raptarla. Moustaki se crió, por tanto, en un ambiente multicultural judíos, griegos, italianos, árabes y franceses aunque, como siempre ha habido clases, estudió en la Escuela Francesa de Alejandría, el centro de enseñanza favorito de las familias acomodadas de la ciudad. A los 17 años se fue a vivir a París, donde conoció a las principales figuras de la llamada “canción francesa” Georges Brassens, Edith Piaf, Yves Montand y Barbara, entre otros y para quienes empezó muy pronto a escribir canciones.

Le métèque tiene un marcado aire helénico apoyado en el acompañamiento de instrumentos de cuerda que evoca paisajes pespunteados de olivos, caminos de tierra, cunetas de hierba seca, el sol rotundo del verano, un cielo limpio y azul, muchos cerros pardos y el cercano murmullo de las olas del mar. Y es en esa atmósfera donde Le Métèque se transforma en la voz de un ciudadano del mundo con sus raíces al aire; ese personaje extraño venido de lejos que está curtido por el sol y por la experiencia del amor, de los amores. Cuando este hombre universal descubre, una vez más, esa pasión última y definitiva por una mujer mucho más joven que él se lanza a hacerle todas las promesas del mundo. Con absoluta sinceridad… y sin la menor posibilidad de cumplir ninguna de ellas.



Le Métèque (El extranjero) supuso el lanzamiento como cantautor de larga distancia para Goerges Moustaki. En los conciertos, antes de cantarla, siempre pronunciaba su famosa dedicatoria:

“A mi padre, a todos los extranjeros y a todas las razas; a todas las personas, famosas o anónimas, que han contribuido a la grandeza de Francia.”

Los temas de este cantautor mediterráneo vienen a ser “canciones de la experiencia de vivir”; quiero decir que son fruto de su manera de relacionarse con los demás. Ya instalado en París a principios de los cincuenta, antes de dedicarse a la música, Moustaki fue periodista y camarero en un piano-bar donde escuchó cantar a Georges Brassens, una auténtica revelación para él. Hasta el punto de que cambió su nombre de pila por el de su admirado maestro. También escribió para Édith Piaf la letra de una de las canciones más populares de la estrella francesa, Milord, así como otros temas para Yves Montand, Juliette Gréco y Serge Reggiani. En sus buenos tiempos, años setenta y ochenta del siglo pasado, cosechó grandes éxitos Sarah, Ma Solitude, Ma Liberté y La dame brune cuando animado por el éxito de Le métèque se decidió a interpretar sus propias canciones.

LE MÉTÈQUE

Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec
et mes cheveux aux quatre vents,
Avec mes yeux tout délavés
qui me donnent l’air de rêver,
moi qui ne rêve plus souvent,
Avec mes mains de maraudeur,
de musicien et de rôdeur
qui ont pillé tant de jardins,
avec ma bouche qui a bu,
aui a embrassé et mordu
sans jamais assouvir sa faim
Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec,
de voleur et de vagabond,
avec ma peau qui s’est frottée
au soleil de tous les étés
et tout ce qui portait jupon,
avec mon coeur qui a su faire
souffrir autant qu’il a souffert,
sans pour cela faire d’histoire,
avec mon âme qui n’a plus
la moindre chance de salut
pour éviter le purgatoire
Avec ma gueule de métèque,
de juif errant, de pâtre grec
et mes cheveux aux quatre vents,
je viendrai ma douce captive,
mon âme soeur, ma source vive,
Je viendrai boire tes vingt ans
et je serai prince de sang,
rêveur, ou bien adolescent
comme il te plaira de choisir
et nous ferons de chaque jour,
toute une éternité d’amour
que nous vivrons à en mourir.
Et nous ferons de chaque jour,
toute une éternité d’amour
que nous vivrons à en mourir.



EL EXTRANJERO

Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
y mis cabellos al viento
Con mis ojos medio cerrados
que me dan aire de soñador
yo que ya apenas tengo sueños
Con mis manos de ratero
de músico y de trotamundos
que he robado en tantos jardines
Con mi boca que ha bebido
que ha besado y ha mordido
sin jamás saciar su hambre.
Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
de ladrón y de vagabundo
Con mi piel que se ha curtido
al sol de todos los veranos
y todo lo que usa faldas.
Con mi corazón que hizo
sufrir al mismo tiempo que sufrió
sin por ello hacer historia
Con mi alma que ya no tiene
ninguna opción de salvación
para evitar el purgatorio
Con mi pinta de extranjero
de judío errante y pastor griego
y mis cabellos al viento
vendré, mi dulce cautiva
mi alma hermana, mi fuente viva
vendré a beber de tus veinte años.
Y seré príncipe de reyes,
soñador, o adolescente
como tú quieras elegir
Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta morir
Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta morir

Le métèque es, sin duda, una hermosa canción de amor escrita por alguien que se siente “diferente” ─un apátrida, un recién llegado de otro o ningún lugar, un hombre de distinta raza, un ciudadano de otra lengua, un alma con otra manera de sentir─ pero Le métèque es, antes que nada, un himno a la libertad de todos y cada uno de quienes formamos parte una parte pequeñísima, prescindible y fundamental─ de la Humanidad.


Posiblemente, a causa de la fuerte carga personal de la interpretación de Moustaki puesto que se trata de la canción más “suya”─, no hay demasiadas versiones de Le métèque. Aun así, conozco unas cuantas: la de la cantante francesa Bárbara (compañera del grupo “existencialista” de Moustaki), la instrumental de Paul Mauriat y su famosa Orquesta, la de Alexandra Fits, la de Pat Finney, la del italiano Roberto Ferri, la de Paul Daraíche, la de la Bobby Setter Band y otra totalmente rumbera del español afincado en París Manuel Malou. Malou formó parte del grupo Los Golfos (aquellos del ¿Qué pasa contigo tío?). Escuchandosu versión de “Le metéque” por rumba es la única vez que no me ha sonado horrible un tema de “flamenquito” cantado en la lengua de Voltaire y Albert Camus. Lo que prueba, a mi juicio, que Le métèque sólo se puede cantar en ese idioma. Bueno, para esta regla como para todas también hay un par de excepciones. Aparte de la propia versión en disco y video Youtube de Moustaki en nuestro idioma, con una traducción impecablemente fiel al espíritu de la letra, yo escuché allá por los años setenta, en directo, una muy buena versión en español del cantante granadino Julián Granados, en su etapa de solista después de que abandonara el grupo Los Ángeles. Si, aquel mismo Julián Granados del entrañable “Voy buscando a Lupita…voy camino de México”. Claro que no he conseguido averiguar si acabó siendo grabada en disco o no. Así y todo, la versión original de Georges Moustaki es insuperable.

En cualquier caso, siempre que oigo Lé métèque me pellizca un gramo de envidia por no tener en mi biografía ese trocito de pasado oscuro y luminoso a la vez del que pueden presumir casi todos los marineros griegos.

Sergio Coello

lunes, 5 de septiembre de 2011

Media vida en 25 canciones (12)

THE SOUND OF SILENCE

Cuando era más joven, durante bastante tiempo estuve pensando que El sonido del silencio (The sound of silence), de Simon y Garfunkel, era la canción que explicaba mi juventud. Ahora ya no estoy tan seguro de ello pero siempre la guardaré en la memoria como uno de ese reducido grupo de temas musicales que jamás me cansaré de escuchar. Cuento esto ahora, al cabo de los años, cuando he descubierto que tampoco soy muy original al respecto. Hace unos días, navegando por internet, descubrí que hay por ahí algún que otro internauta al que también le gustaría que El sonido del silencio fuese la canción que sonase en su funeral.

Recuerdo que fue una especie de himno ─ni guerrero, ni nacionalista, por cierto─ para muchos de los veinteañeros de mi generación. Especialmente, para aquellos que pasamos de la copla radiada de nuestra infancia al deslumbramiento del rock and roll y los ritmos anglosajones de los primeros sesenta del siglo XX. The sound of silence transmite esa mezcla de alegría, tristeza y añoranza de un puñado de amor sin palabras al calor de la lumbre. Quiero decir que forma parte de los valores que son consustanciales al silencio. La canción fue popularizada por un dúo que ha pasado a la Historia de la música ─en una década prodigiosa para la misma─ como creadores de varias canciones perfectas. Y es que, en mi opinión, que no pretendo imponer a nadie, El sonido del silencio, Mrs. Robinson, Cecilia, The boxer y Puente sobre aguas turbulentas son simplemente perfectas.


The sound of silence fue escrita por Paul Simon en febrero de 1964, tras el asesinato de John F. Kennedy en noviembre del año anterior. Originalmente, Paul Simon y Art Garfunkel grabaron esta canción como una pieza acústica y posteriormente la retocaron con instrumentos eléctricos para su reedición como disco sencillo. Esta segunda versión fue la que llegó a ser número uno de las listas americanas en 1966 y formó parte, más tarde, de las bandas sonoras de varias películas. Concretamente, de El Graduado (1968), Bobby (2006) y Watchmen (2009), tres filmes que ganaron mucho con la incorporación de este tema.


THE SOUND OF SILENCE

HELLO DARKNESS, MY OLD FRIEND,
I´VE COME TO TALK WITH YOU AGAIN.
BECAUSE A VISION SOFTLY CREEPING
LEFT ITS SEEDS WHILE I WAS SLEEPING.
AND THE VISION THAT WAS PLANTED IN MY BRAIN
STILL REMAINS WITHIN THE SOUNDS OF SILENCE.
IN RESTLESS DREAMS I WALKED ALONE
NARROW STREETS OF COBBLESTONE,
´NEATH THE HALO OF A STREET LAMP
I TURNED MY COLLAR TO THE COLD AND DAMP
WHEN MY EYES WERE STABBED
BY THE FLASH OF THE NEON LIGHT, THAT SPLIT THE NIGHT
AND TOUCH THE SOUNDS OF SILENCE.
AND IN THE NAKED LIGHT I SAW
TEN THOUSAND PEOPLE, MAYBE MORE.
PEOPLE TALKING WITHOUT SPEAKING,
PEOPLE HEARING WITHOUT LISTENING.
PEOPLE WRITING SONGS THAT VOICES NEVER SHARE
AND NO ONE DARED DISTURB THE SOUNDS OF SILENCE.



EL SONIDO DEL SILENCIO

HOLA OSCURIDAD,, MI VIEJA AMIGA,
HE VENIDO A HABLAR CONTIGO OTRA VEZ.
PORQUE UNA VISIÓN ARRASTRÁNDOSE SUAVEMENTE
DEJÓ SUS SEMILLAS MIENTRAS ESTABA DURMIENDO.
Y LA VISIÓN QUE FUE PLANTADA EN MI CEREBRO
TODAVÍA PERMANECE DENTRO DE LOS SONIDOS DEL SILENCIO.
EN SUEÑOS SIN DESCANSO CAMINÉ SOLO
POR ESTRECHAS CALLES EMPEDRADAS,
DEBAJO DEL HALO DE UNA LUMINARIA
ME LEVANTÉ EL CUELLO DE LA CHAQUETA POR EL FRÍO Y LA HUMEDAD
CUANDO MIS OJOS FUERON APUÑALADOS
POR EL FLASH DE LA LUZ DE NEÓN, QUE RESQUEBRAJA LA NOCHE
Y ACARICIA LOS SONIDOS DEL SILENCIO.
Y EN LA LUZ DESNUDA VÍ
DIEZ MIL PERSONAS, QUIZÁ MÁS.
GENTE HABLANDO SIN CONVERSAR,
GENTE OYENDO SIN ESCUCHAR.
GENTE ESCRIBIENDO CANCIONES QUE LAS VOCES JAMÁS COMPARTIRÁN
Y NADIE QUISO MOLESTAR A LOS SONIDOS DEL SILENCIO.

Hay muchas versiones conocidas pero, así, de pronto, recuerdo las de The Bachelors, B.B.Seaton, The Gaylads (en reggae jamaicano), Boudewijn, Groot, Gérard Lenorman, Emilíana Torrini, Nevermore, Shaw Blades y algunos más. La mejor versión española ─o la menos mala, según se mire─ fue, sin duda, la de Los Mustang ─nuestros pseudo-Beatles nacionales─ convertidos en los traductores fijos de los grandes éxitos de origen anglosajón en esa época.


El sonido del silencio ocupa el puesto 156 en la lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone. Aunque algunos ya la conocíamos cuando se estrenó la película, la mayoría de los españoles de entonces la descubrieron como una de las canciones que sonaban en la banda sonora de El graduado, excelente film de Mike Nichols sobre la seducción de un joven con la carrera recién terminada (Dustin Hoffman) por parte de su futura suegra. Esa madre de la novia ─con ganas de enseñar al que no sabe─ era una esplendorosa Anne Brancroft en su mejor momento como actriz. En una escena de la película ─inmortalizada por el cartel─ ilustró a muchas españolitas de aquel tiempo sobre cómo encender el hielo quitándose las medias con un erotismo elegante y parsimonioso, esa obra de arte femenina que cada vez se practica menos. Y es que ciertas chicas macarras de ahora se desnudan con la misma delicadeza con la que un hipopótamo se quitaría el barro del lomo en el lago Tanganika.

Dustin Hoffman tenía 30 años y Anne Bancroft sólo 36 cuando rodaron El graduado pero la diferencia de edad entre ellos parece mayor en la pantalla. Claro que sólo hasta que la señora se quita la ropa de la cintura para arriba y se planta así, frente a su futuro yerno y los espectadores.

La película ganó un Oscar y obtuvo seis nominaciones; entre ellas, la de Dustin Hoffman como mejor actor, en el papel de Benjamin, el joven novio de Katharine Ross. En la secuencia final, frente al mismísimo altar ─donde la joven confundida está a un segundo de casarse por despecho con otro más guapo y más estúpido─ el amor triunfa y ella huye vestida de novia con el verdadero hombre de su vida. Un largo “travelling” en pos del autobús que han tomado va alejando a la pareja de la malograda ceremonia, de los espectadores y, sobre todo, de las convenciones sociales. Entonces vuelve a oírse otra vez El sonido del silencio y hay que tener el corazón de madera de raíz de olivo para contemplar esa secuencia y no engañarse uno, aceptando que es el amor lo que mueve el mundo. Aunque sepamos que las cosas de la vida real no son exactamente así.


El único tema musical escrito expresamente para el film fue, sin embargo, Mrs. Robinson que sólo suena una vez en la película ─igual que sucede con la canción Scarborough Fair (La Feria de Scarborough)─ pero yo siempre me quedaré con la música y la letra de El sonido del silencio, con sus poéticas metáforas que aluden a ese “silencio” instalado entre los habitantes de las grandes ciudades. Y es que hay algo de cierto en que cada vez conversamos más sin decir nada. Nos escuchamos sin oírnos, escondidos en los subterráneos de una especie de autismo voluntario y colectivo ─contagiado de unos a otros─, como si nos hubiésemos encerrado en la campana neumática de nuestro propio ombligo. La fuerza de la melodía de esta canción ha permitido toda clase de arreglos y tratamientos, desde el rock hasta el gospel, pasando por el canto gregoriano y los ritmos andinos.

Es una lástima que haya tanta gente a la que el silencio le resulta insoportable. A veces, me pregunto si no será porque tiene demasiado ruido dentro de sí misma. El silencio es una inagotable fuente de palabras ─pensadas o sentidas─, un tesoro de oro puro. Ya lo decían The Tremeloes en aquella otra espléndida canción de la época, cuyo título es "Silence is golden" (El silencio es dorado),

Sergio Coello Trujillo

domingo, 31 de julio de 2011

Media vida en 25 canciones (11)

CAPRI C’EST FINI

Nunca he estado en la isla de Capri. Aunque hace casi treinta años hice un largo viaje por Italia ─recorriendo en coche y durante un mes más de la mitad de su mapa─ el punto más al sur que visité fue la inolvidable Roma. De ahí para arriba, hasta los Alpes, ─una verdadera y gozosa paliza─, me empapé de esa cultura milenaria a la que los españoles debemos la mitad de nuestro idioma, los puentes más firmes durante veinte siglos y una larga lista de pequeños placeres cotidianos que estamos a punto de empezar a perder.

Yo soy muy peliculero ─cinéfilo, dirían los cursis─ y por eso visité en Roma la máscara de la “Bocca della veritá” y la Fontana de Trevi, en la que mi hija Amaya ─que acababa de romper a andar─ estuvo pisando las monedas del fondo igual que hacía Anita Ekberg en la La dolce vita. Pero si he de ser sincero, de aquella Roma que conocí en los años ochenta lo que me impresionó realmente fueron algunas imágenes inolvidablemente reales que vi allí: el agua disfrazada de gasóleo del río Tiber bajo el puente del Castillo de Santangelo, su “ferragosto” de hielo candente que convertía el asfalto en chicle negro masticado con los pies y la imagen vespertina de una recién casada haciéndose fotos sola, sin el novio, junto a la imperial columna de Trajano. Recuerdo que llevaba puesto un traje de tul blanco transparente sobre dos piezas de ropa interior de color negro azabache.

A la isla de Capri, al Mar Tirreno que la baña y al golfo de Nápoles les han cantado desde antiguo voces privilegiadas, empezando por el poeta Virgilio. Es más, todo el mundo ha entonado, “a capela”, alguna vez las canciones Isla de Capri y Torna a Sorrento pero el Capri que nosotros recordaremos siempre es el de Hervé Vilard. Ese Capri sonoro le hemos recorrido, de jóvenes, un millón de veces y sin salir de la pista de baile o del salón de casa de ese amigo que ponía el suelo para el guateque. Por las calles retorcidas de aquel Capri que se acabó y ─al que no volvimos más porque la primera vez de cualquier cosa en la vida es única e irrepetible─ hemos jugado mucho igual que juega el mar con los delfines, como diría Sergio Dalma. Cuando en tardes y noches de leyenda hacíamos una circunferencia con nuestros brazos s alrededor de la cintura de aquella chica que amábamos ─o se arrimaba─ más que las otras. Que tire la primera piedra quien bailando Capri c’est finiCapri c’est fini con una niña-mujer que valiese la pena no haya tocado el cielo con las yemas de los dedos.


La primera vez que escuché Capri c'est fini me pareció que era la canción hermana gemela de Aline. Quizá porque las dos nacieron juntas y a la vez, eran igualmente románticas y ambas venían de París como los niños de antes. Hasta las voces de sus respectivos intérpretes ─Hervé Vilard y Christophe─ se daban un cierto aire…blandito, muy blandito; para qué nos vamos a engañar.

El cantante que inmortalizó Capri c’est fini durante una década, más o menos─ que ya entonces lo inmortal había empezado a tener fecha de caducidad─ se llamó al nacer René Paul Hervé Villard, aunque sería conocido mundialmente por el nombre artístico de Hervé Vilard. Hijo de una modesta florista que trabajaba junto al Théâtre des Variétés ─y que le dio a luz en un taxi, antes de llegar al hospital─, el niño fue enviado a la edad de seis años al orfanato Saint Vincent de Paul, de donde intentaría escaparse varias veces.

Carne de cañón adoptiva de un puñado de familias distintas, sufrió su caída del caballo camino de Damasco ─como San Pablo─ a la edad de catorce años, cuando decidió ser buen chico y cantante por encima de todo. A partir de ese momento, conoció personalmente a la cantante Dalida, ésta se convirtió en su madrina artística y la canción nostálgica sobre ese Capri imaginario hizo de él una estrella de la música francesa de la época.

Capri, c'est fini,

Nous n'irons plus jamais,
Où tu m'as dit je t'aime,
Nous n'irons plus jamais,
Comme les autres années,
Nous n'irons plus jamais,
Ce soir c'est plus la peine,
Nous n'irons plus jamais,
Comme les autres années;
Capri, c'est fini,
Et dire que c'était la ville
De mon premier amour,
Capri, c'est fini,
Je ne crois pas
Que j'y retournerai un jour.
Parfois je voudrais bien,
Te dire recommençons,
Mais je perds le courage,
Sachant que tu diras non.
Capri, c'est fini,
Et dire que c'était la ville
De mon premier amour,
Capri, c'est fini,
Je ne crois pas
Que j'y retournerai un jour.
Nous n'irons plus jamais,
Mais je me souviendrais,
Du premier rendez-vous,
Que tu m'avais donné
Nous n'irons plus jamais,
Comme les autres années,
Nous n'irons plus jamais,
Plus jamais, plus jamais…
Capri, c'est fini,
Et dire que c'était la ville
De mon premier amour…




Capri se acabó


No volveremos más
donde me dijiste "te amo",
no volveremos más,
como los otros años.
No volveremos más,
ya no vale la pena,
no volveremos más,
como los otros años.
Capri, se acabó,
y pensar que fue el lugar
de mi primer amor,
Capri, se acabó,
no creo que vuelva algún día.
A veces me encantaría,
decirte que volvamos a empezar,
pero pierdo el valor,
porque sé que dirás que no.
Capri, se acabó,
y pensar que fue el lugar
de mi primer amor,
Capri, se acabó,
no creo que vuelva algún día.
No volveremos más
pero yo recordaré,
la primera cita,
que tú me diste,
No volveremos más
donde me dijiste "te amo",
no volveremos más,
como los otros años.
Capri, se acabó,
y pensar que fue el lugar
de mi primer amor…

Corría el año 1965 cuando en el metro de París Hervé se encontró un día con un póster publicitario de Capri y el cartel le inspiró la canción. No fue un viaje a la cinematográfica isla italiana con amor efímero de verano incluido ni nada por el estilo. De la misma manera que Robert L Stevenson vivió sus literarias aventuras por los Mares del Sur sin salir del mapa que tenía sobre la mesa de su escritorio, Hervé Villard acertó a escribir la dolorosa mutilación del desamor cuando el recuerdo de los tiempos felices mantiene abierta la herida; esa herida que sangra a chorros aunque acabará volviéndose cicatriz para que uno la pueda exhibir en público como si se tratara de un tatuaje en bajo relieve.

La canción Capri c’est fini trepó hasta lo más alto en las listas de popularidad porque resulta imposible no identificarte con ella si has amado alguna vez a alguien en un escenario que, con la ruptura, deja de ser el paraíso para convertirse en un infierno. A Charles Aznavour le ocurrió lo mismo con Venecia.

Aunque no hay ninguna versión que le pueda hacer sombra a la de su creador, el Capri de Hervé Vilard fue interpretado por la flor y nata de los cantantes y grupos de la época. Camilo Sesto ─cuando era el cantante del conjunto Los Botines─, los inevitables Mustang, Paloma San Basilio y Paul Mauriat y su orquesta, por ejemplo, le rindieron homenaje a este tema ideal para bailar pegados, cuando hacerlo así tenía un cierto perfume a ilusión veraniega, a nostalgia por los escenarios perdidos y a ese amor nada platónico que es una de las dos palancas que mueven el mundo.

Aunque no me gusta dar consejos, si se les presenta la ocasión de volver a bailar Capri c’est fini abrazados a una mujer madura, yo en su lugar no lo haría. A estas alturas de la vida, lo más probable es que a ambos les dé por recordar aquel día lejano del pasado en que abrazaron a otra persona distinta al compás de esa misma música. No importa que siempre hayan bailado esa canción con la que sigue siendo la única mujer de su vida. La jodida verdad es que ninguno de los dos son ya los mismos de antes.

martes, 5 de julio de 2011

Media vida en 25 canciones (10)

GRANDES BOLAS DE FUEGO

Reconozco que me quedé hipnotizado la primera vez que oí King Creole en la voz negra de un cantante blanco nacido en Tupelo (Misisipi) y criado en Memphis-Tennessee. Se llamaba Elvis Preley y siguió siendo el rey del rock and roll hasta que él mismo consumó su autodestrucción. Sucede, sin embargo, que aquellas primeras estrellas del rock and roll eran como los pistoleros del viejo Far West; por muy bueno que fuera uno siempre aparecía otro para disputarle el título y la fama. Con un revólver más certero, una mano derecha más rápida u otra forma de mirar a los ojos mucho más helada.

El rival de Elvis en esa clase de duelo fue un tipo muy loco que se sigue llamando Jerry Lee Lewis, nació en Louisiana y toca el piano como los propios ángeles. Bueno, no exactamente. Cuando a los ángeles se les acaban los dedos de las manos sobre las teclas, suelen poner las alas. Jerry, en cambio, pone los pies, los codos y la cabeza. Apodado "The Killer" ("El Asesino") por su fuerte personalidad y sus rompedoras puestas en escena, ha sido el único entre los grandes ─Chuck Berry, Carl Perkins, Little Richard─ que pudo meterle algo de miedo al pistolero del rock Elvis Presley. Lo malo es que su constante paseo por el lado salvaje de la vida ─escándalos, adicciones, trastornos de conducta, fuga con chicas menores de edad─ hizo que su popularidad decayera durante los años setenta. Con el paso del tiempo su figura ha sido rehabilitada como corresponde, y por ahí anda todavía; con una voz setentona y magnífica ─un poco cascada, claro─ paseando su genio por los escenarios del mundo.


Fue en el año 1957 cuando Jerry L. Lewis logró un éxito masivo con su canción-fetiche "Whole Lotta Shakin' Going on", que no resultó fácil grabar porque su contenido sexual la hacía más propia del gusto de aquellos garitos llenos de humo donde el público negro sudaba ansias de libertad bailando hasta caer rendido. Tras el éxito espectacular esa canción ─basada en el compás del “boggie-boogie” y a ritmo de rock and roll─ el escritor de canciones Otis Blackwell compone junto a Jack Hammer la canción que sería el tema de mayor éxito en la carrera de Lewis. Me refiero a Great Balls of Fire! (¡Grandes bolas de fuego!). Curiosamente, el cantante ─ya oficialmente instalado en el grupo de “los chicos malos”─ ofreció cierta resistencia a interpretar ese tema, que tenía connotaciones pseudo-blasfemas. Finalmente, aceptó y la canción fue un gran éxito a nivel mundial. El título se deriva de una expresión sureña referida a la fiesta religiosa de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se manifestó como " lenguas repartidas, como de fuego". Después vendrían otras creaciones suyas como High School Confidencial, Breathless y Good Golly Miss Molly.
Great Balls of Fire!, conocida en español como ¡Gran Bola de Fuego! es también una película estadounidense dirigida por Jim McBride sobre los comienzos de la carrera de Jerry Lee Lewis. Con un espléndido Dennis Quaid en el papel del cantante y con la actriz Winona Ryder interpretando a la prima adolescente que se fuga con él, para desgracia de ambos a partir del momento en que ella queda embarazada.

Greats balls of fire

You shake my nerves and you rattle my brain
Too much love drives a man insane
You broke my will, oh what a thrill
Goodness gracious great balls of fire
I learned to love all of Hollywood money
You came along and you moved me honey
I changed my mind, looking fine
Goodness gracious great balls of fire
You kissed me baba, woo.....it feels good
Hold me baba, learn to let me love you like a lover should
Your fine, so kind
I'm a nervous world that your mine mine mine mine-ine
I cut my nails and I quiver my thumb
I'm really nervous but it sure is fun
Come on baba, you drive me crazy
Goodness gracious great balls of fire





Grandes bolas de fuego

Estoy muy nervioso porque seguro que es divertido
Vamos nena, me vuelves loco
es la graciosa bondad de grandes bolas de fuego
mis nervios se agitan y mi cerebro es un sonajero
Demasiado amor vuelve loco a un hombre
Rompiste mi voluntad, ¡Oh, qué emoción
la graciosa bondad de grandes bolas de fuego
Aprendí a amar todo el dinero de Hollywood
pero llegaste y me conmovió la miel
He cambiado mi mente, voy buscando el bien,
la graciosa bondad de grandes bolas de fuego
Me besaste con bab..... qué bien me siento
Abrázame cariño, te quiero como debe querer un amante
Me muerdo las uñas y retuerzo mis pulgares,
Adoro tu estilo country.
Estoy muy nervioso, pero seguro que es divertido
Vamos nena, me vuelves loco
la graciosa bondad de grandes bolas de fuego.

Una de las muchas anécdotas en la carrera de Jerry Lee Lewis ─y origen de su fama de artista problemático que le daría su apodo de "The Killer"─ tuvo lugar durante una actuación en el Brooklyn Paramount Theatre de Nueva York. Lewis fue asignado como telonero del gran mito del rock and roll Chuck Berry y, como protesta, subió al escenario con una botella de coca-cola llena de gasolina. Mientras interpretaba Great Balls of Fire, prendió fuego a su piano y al terminar de tocar le dijo a Berry “Y ahora supera esto, negro…”
No obstante, su carrera acabaría sufriendo un varapalo tremendo del que en cierto modo nunca llegó a recuperarse. Al conocerse su boda con Myra Gale Brown de 13 años, la hija de su primo ─cuando aún no se había divorciado de su segunda esposa─ y el peso de la ley, junto a todo el puritanismo de la época, cayeron sobre él.

Como cualquier otro tema “clásico” del rock and roll, Greats balls of fire ha formado parte del repertorio de muchos artistas consagrados; desde la cantante country Dolly Parton hasta el grupo Fleetwood Mac; desde el bluesman Johnny Winter al grupo The Mistfits. Incluso existe una versión de la actriz Mae West, aquella rubia demoledora que ha dicho las frases más genialmente provocadoras sobre los hombres. Ninguna se acerca, por supuesto, a la tremenda, salvaje y maravillosamente cantada, versión original de ese genio llamado Jerry Lee Lewis. A él es al único que he visto hacer con su piano lo que otros hacen con una ametralladora.