domingo, 15 de abril de 2012

Media vida en 25 canciones (21)


AVES DE PASO

     Joaquín Rodríguez Sabina nació el 12 de febrero de 1949 en Úbeda (Jaén). Fue el segundo hijo de Adela Sabina del Campo  ama de casa y de Jerónimo Martínez Gallego inspector de policíacon quien el cantante mantuvo casi siempre unas relaciones complicadas.  A los catorce años comienza a escribir poemas y compone música en una banda de “amiguetes” llamada Merry Youngs que se dedicaban a versionar temas de los ídolos roqueros del momento: Elvis Presley, Chuck Berry y Little Richard. El día en que aprobó cuarto y reválida su padre quiso recompensar a Joaquín con un reloj de pulsera pero él manifestó sus preferencias por  una guitarra. En ese regalo está el germen de su futuro artístico. Ya universitario en Granada, su ideología izquierdista le llevó a relacionarse con movimientos contrarios al régimen de Franco y, tras lanzar un cóctel molotov contra una sucursal del Banco de Bilbao en protesta por el Proceso de Burgos, su padre recibió la orden de detenerle, aunque el díscolo hijo se hizo con un pasaporte falso. Tras pasar por París, se asentó en Londres, donde estuvo viviendo como “okupa” durante su primer año de estancia en la city. En la capital inglesa escribió sus primeras canciones y se ganó la vida cantando en restaurantes y cafés; nunca en el metro, como cuenta alguna leyenda urbana poco rigurosa. En 1974, actuó ante George Harrison, que celebraba su cumpleaños en un local llamado Mexicano-Taverna donde actuaba el jienense. El ex-beatle le dio a Joaquín una propina de cinco libras y aunque en alguna entrevista el cantautor ha contado que conserva ese billete como un tesoro, en otras ocasiones lo ha desmentido categóricamente. «En realidad, me le bebí aquella misma noche», ha contado más de una vez.


En 1978, tras su paso por la “mili” en Palma de Mallorca ─y a la que dedicaría el que creo que es su primer “blues”, la soberbia canción Carguen, apunten, fuego─, se instaló en Madrid y consiguió editar su primer LP titulado Inventario. Además, actuaba en algunos bares madrileños donde se cultivaba la música en directo y en mítines electorales de los partidos de la izquierda recién legalizada.  También comenzó a cantar de manera regular, junto a Javier Krahe y Alberto Pérez,  en el sótano del café madrileño La mandrágora.  Alí acudió un día el periodista Fernando García Tola e invitó a los tres a actuar en su programa de televisión Esta noche, presentado por Carmen Maura.

Tras su primer disco, J. Sabina abandona el perfil convencional de cantautor y publica un segundo trabajo, Malas compañías, en el que destacan varias canciones que se convertirán en clásicas: Calle Melancolía, ¡Qué demasiao!  y, muy especialmente, Pongamos que hablo de Madrid, grabado previamente por Antonio Flores, y convertido para muchos en una especie de himno oficioso de la ciudad. En 1981 aparecía La mandrágora, un disco grabado en directo junto con Javier Krahe y Alberto Pérez en el que intentaron recoger el espíritu de sus actuaciones en el mítico local madrileño en los años setenta. Por aquella época, también compuso para otros artistas como Miguel Ríos y Ana Belén, mientras actuaba con la que sería su primera banda profesional, Ramillete de virtudes. En esta etapa creó nuevas composiciones más orientadas hacia el rock Pisa el acelerador, Juana la Loca, Hey, Sabina que poco después formarían parte de su siguiente elepé, Ruleta rusa. A mediados de los ochenta cambió de discográfica dejó CBS para fichar por Ariola y se unió a Viceversa, la banda que le acompañaría en los discos Juez y parte y Joaquín Sabina y Viceversa en directo, éste último grabado en el Teatro Salamanca de Madrid, donde tuve la suerte de participar como espectador.

A partir de entonces, comenzaba una cadena de éxitos discográficos que van desde Hotel, dulce hotel hasta Vinagre y rosas, pasando por El hombre del traje gris, Mentiras piadosas  Física y Química, Esta boca es mía,  Yo, mi, me, contigo, 19 días y 500 noches, Nos sobran los motivos, Dímelo en la calle, Alivio de luto, etc.

  Hace unos años, en la madrugada del 24 de agosto de 2001, el cantante sufrió un infarto cerebral que puso su vida en peligro y aunque pocas semanas más tarde se recuperaría sin sufrir secuelas físicas, el incidente influyó de una manera determinante en su forma de pensar. Un par de años más tarde compuso e interpretó el famoso Motivos de un sentimiento, un himno dedicado al Centenario del club de fútbol Atlético de Madrid, del que siempre se ha declarado tan fiel seguidor ¿Papá, por qué somos del Atleti?como del toreo de José Tomás.
    El 16 de noviembre de 2010, la revista Rolling Stone le otorgó el premio como Artista del año y, recientemente, en febrero de 2012, presentó junto a Joan Manuel Serrat La orquesta del Titanic, su primer álbum de estudio con el cantautor catalán. Juntos anunciaron una gira de presentación del disco que los llevará por medio mundo.

   Hay muchos Joaquín Sabina. Está el poeta de la calle, andaluz y barroco, adjetivos que vienen a ser cara y cruz de la misma moneda. Y existe el noctámbulo empedernido, empeñado en salir de los bares después del último. También hay un Joaquín Sabina de boca floja, siempre dispuesto a soltar gracietas por las que otros que no fueran él serían fusilados al amanecer. Y están el Sabina mujeriego dime de lo que presumes y te diré de lo que careces─, el izquierdista folclórico que se apunta a consignas de corte doctrinario, y el cantante de estos últimos años, cuyo hilo de voz sulfurosa tan maltratada por su propio dueño apenas le llega al público de la primera fila, por lo que más le valdría cantar por señas. Yo, sin embargo, prefiero quedarme con el poeta, músico y casi cantante, que está empapado hasta los huesos de la lírica tremenda y desencantada de Francisco de Quevedo, César Vallejo y Jaime Gil de Biedma.

     Alguien que ha sido capaz de componer canciones como 19 Días y 500 Noches,  A mis cuarenta y diez, Cerrado por derribo, Cuando era más joven, El caso de la rubia platino, Gulliver, Hay mujeres, Y nos dieron las diez, Más de cien mentiras, Medias Negras, Peces de Ciudad, Así estoy yo sin ti entre unas cuantas docenas más, casi todas muy apreciables  no es un cantautor bueno en lengua española; estamos ante uno de los dos más grandes. Y el único español de esa gloriosa pareja porque el otro es mexicano y está muerto.

     El sarcasmo, la ironía y la mordacidad son determinantes en una obra poética cuyas características formales básicas del Barroco están muy  patentes en las letras: léxico de uso corriente entrelazado con cultismos, retruécanos, contrastes y hasta construcciones anafóricas. La de Joaquín Sabina es una obra completa que habla de esta sociedad marcada por el paro, la desesperanza, el miedo apocalíptico, la frustración laboral y académica, el terrorismo,  el desesperado deseo de vivir a toda prisa, una cierta e irresponsable euforia cultural y esa confianza ciega y sorda en las instituciones democráticas, frente a las que aparece el individualismo abrumador como única salida. 


  Curiosamente, la canción que deseo incorporar a esta lista de favoritas de la mitad de mi vida no es ninguna de las citadas, sino otra que se titula Aves de paso y que apareció en el L.P. Yo, mi, me, conmigo, grabado en 1996.
   El mundo está lleno de canciones dedicadas a la “mujer de tu vida”, a ese amor eterno que permanece entero y sublime dentro de ti, hasta más allá de la muerte. Aunque no sea verdad. Por eso, me parece genial que Sabina haya dedicado una canción a los amores fugaces a veces, de unos minutos de duración de los que no se acuerda casi nadie. Como si fueran pasiones de usar y tirar. Ya se sabe, amores efímeros con nombre de mujer real que dejan una huella infinitamente más duradera que su escasa presencia y su momentáneo contacto. Algunos han querido ver en esta canción un homenaje a las samaritanas del sexo, mujeres nocturnas que venden el calor de su cuerpo a tipos solitarios, ya desahuciados por el amor eterno como Dios manda. Y, aunque no niego que también hay en la canción un cierto aroma de agradecimiento a esa clase de amores mercenarios, me parece que reducirlo a éstos, es empequeñecer la grandeza de esta inmensa canción.

               AVES DE PASO


A las peligrosas rubias de bote
que en relicario de sus escotes
perfumaron mi juventud.
Al milagro de los besos robados
que en el diccionario de mis pecados
guardaron su pétalo azul.
A la impúdica niñera madura
que en el mapamundi de su cintura
al niño que fui espabiló.
A la flor de lis de las peluqueras
que me trajo el tren de la primavera
y el tren
del invierno me arrebató.
A las flores de un día
que no duraban,
que no dolían,
que te besaban,
que se perdían.
Damas de noche
que en asiento de atrás de un coche
no preguntaban
si las querías.
Aves de paso,
como pañuelos cura-fracasos.
A la misteriosa viuda de luto
que sudó conmigo un minuto
tres pisos en ascensor.
A la intrépida “cholula” argentina
que en el corazón con tinta china
me tatuó “peor para el sol”.
A las casquivanas novias de nadie
que coleccionaban canas al aire
burlón de la “nit de Sant Joan”.
A la reina de los bares del puerto
que una noche después de un concierto
me abrió
su almacén de besos con sal.
A las flores de un día
que no duraban,
que no dolían,
que te besaban,
que se perdían.
Damas de noche
que en asiento de atrás de un coche
no preguntaban
si las querías.
Aves de paso,
como pañuelos cura-fracasos.
A Justine, a Marylin, a Jimena,
a la Mata-Hari, a la Magdalena,
a Fátima y a Salomé.
A los ojos verdes como aceitunas
que robaban la luz de la luna de miel
de un cuarto de hotel, dulce hotel.
A las flores de un día
que no duraban,
que no dolían,
que te besaban,
que se perdían.
Damas de noche
que en asiento de atrás de un coche
no preguntaban
si las querías.
Aves de paso,
como pañuelos cura-fracasos.





  Efectivamente,  en las vidas tangentes de un hombre y una mujer hay instantes que pueden durar cien años y vidas enteras que podrían resumirse en cinco segundos si el narrador es un poco tartamudo. Insisto, un maestro.

Sergio Coello